domingo, 9 de agosto de 2009

La Pecadora




I.
Ves aquella mujer flaca y ardiente
que caminando va con el lento paso?
Que lleva allá en la frente la señal
del pecado, y sus torpes arrebatos?
Ves esos ojos cóncavos que brillan
con una luz opaca y sin sentido?
Esa melena descuidada y pobre
que vaga en aquel cuello tan hundido?
Ves esas manos largas y amarillas
que tiemblan al tocar cualquier cosa?
Esos pies en zapatos carcomidos
y la manta parduzca que la emboza?
No la ves? Agoviada de miseria
cayéndola las lágrimas contínuo;
buscando con los ojos donde quiera
la sombra bienhechora de un amigo?
No la ves. _á la pobre miserable
que va pidiendo el pan para este día,
y al ver la negativa del que pasa
se detiene llorando entristecida?
Pues oye Magdalena, esa mujer
fué en otro tiempo bella, cual la luz,
y su endeble cintura revistieron
los suaves rasos, y el delgado tul.
Esos ojos tuvieron resplandores,
esa frente se vio llena de vida,
y la boca que veis amarillenta
tenía de las arpas la armonía.
Aquellas manos eran de jazmines,
esa melena ─ irosa, negra y leve,
y se ondeaba en un cuello de marfil
lo mismo que un vapor vaga y se envuelve.
Esa mujer vivió sobre la tierra
en el vaiven de una continua fiesta,
viendo correr las horas entre el mar
de voluntades sin igual inciertas.
Ella ornò de esmeraldas su cabeza,
e la ciñó sus brazos de oro y perlas,
y mil veces rio cuando un galan
cruzó por las ventanas para verla.
Ella vivió sin pensamiento fijo,
ningun amor la cautivo la sien,
ningun jemido fué de la conciencia
á evocar del error el falso bien.
Vivió creyendo que con ser hermosa
de la gloria tenía los arcanos;
y que la gloria era obra fabricada
por la belleza de sus propias manos.
Mas de un amante se inclino en sus manos
mas de un amante la dejo burlada:
pero jamás de la tristeza el velo
cubrió su frente, de placer cercada.
Nunca lloró por la perdida madre
nunca el nombre de hermano la ajitó
nunca un amigo con severo rostro
sus infames errores la mostró.
Jamas sintió desdoro al escuchar
esa horrible palabra «la Ramera!
Ni en medio de sus galas, un momento
se acordó de la hora postrimera!
Nunca! Riendo y bailando se paso la vida
esa vida de amor ó de quimera,
apagada la luz de la conciencia
perdida en el no ser de una miseria.
Pero que hay aquí bajo duradero?
Que bien nació sin signo de dolor?
Que belleza encantó, sin que al momento
el tiempo no apagara su esplendor?
A esa pobre muger, le paso asi ─
era joven aun, y marchitarse
vio sus mejillas, y su blanco cuello
y sus pulidas manos arrugarse.
Empezó á blanquecer su larga trenza
á perder los contornos su cintura;
y un asombra de lenta amarillez
velar de sus facciones la frescura.
Por la primera vez se la vió triste
y por la vez primera, en derredor
tendió los ojos demandando un alma
que consolar pudiera su aflicción....
Ninguno halló! que al verla marchitarse
la abandonaron como cosa impura,
y hoy al verla, se rien desdeñosos
de la pobre olvidada Rosamunda.

II.
─ Que horror sintió la miserable sierva
un dia que fué á ver al confesor
y oyó de aquellos labios consagrados
el signo de la triste escomunión !
Que horror se apoderò de sus sentidos,
que vértigo su sangre entorpeció,
que temblor fué estendiendo por su cuerpo
el frío de tan fea maldición!
Fué entónces que sintió la vil ramera
en el fondo del alma una intenci0n:
esta intencion la vino desde el cielo
á mostrarle el camino de espiacion.
Desde entónces, errante, sin amparo
cruza las calles mendigano el pan,
lleva en el seno nero escapulario
que la resguarda de liviano afan.
Su albergue está desierto, solo un perro
sobre la puerta siempre está,
al verla que se vá, llora afligido,
la colma de caricias al entrar.
Allá en la cabecera de la cama
hay colgado un rosario y una santa
tres veces reza de la noche al día,
y el perro cuando reza está á sus plantas.
Ese perro jugó sobre sus faldas
en tiempo de bellezas, y alegria
y toco con su boca acariciante
aquella mano de la piel tan fina.
Hoy no tiene otro amigo aquí en la tierra
es el alma que á su alma suele hablar,
los ojos que doquier la van buscando,
la gracia que sostiene su orfandad.
El perro no fué ingrato como todos,
mirola sin amparo _abandonada
y sumiso como antes, fué á esconderse
entre los pliegues de humilde falda.
Pasan los dias, y las noches vuelven
cargados de silencio y amarguras,
Rosamunda esta pobre emferma, fea;
_que estas son de la suerte las injurias:
Pero el perro esta allí, con ella siempre,
un pedazo de pan le alivia el llanto,
cuando la flaca mano de su ama
se lo ofrece de premio a su quebranto,
Ya lo veis Magdalena, esa muger
fué en un tiempo feliz ahora es triste,
gasa lucientes tuvo su cintura,
hoy un pobre vestido la reviste.
De las cosas del mundo ès un espejo,
ayer la dicha en cálices de aroma,
mañana la tristeza y la vejez:
despues la muerte con la vil carcoma.
Irrision Magdalena_fantasia!
Bajo el ala del tiempo no hay amor
no hay belleza, ni jenio, ni destino,
que no caiga doblado de dolor.
Por eso, cuando el ser de aquella vida
se deshaga en los senos de la nada,
si el perro vive, llorará por ella,
si el perro ha muero; no tendrá una lagrima.
Sobre la cruz de su sepulcro frio
ningun nombre grabado se verá,
como su alma, perdida en el olvido
así la pobre tumba vivirá.

Marcelina Almeyda
(se respetó la grafía original)

Rosamunda no fue creación de Marcelina, sin embargo llama a la atención algunas sutilezas:
Rosamunda fue una princesa gépida del siglo VI. Hija del rey Cunimundo, se casó con Alboino, rey de los lombardos, quien había derrotado al padre de Rosamunda. Según la tradición fue la instigadora del asesinato de su marido, por venganza, lo obligó a beber el vino de la victoria en el cráneo de su padre.
Si avanzamos en el tiempo, 1823, se estrenó Rosamunde, Fürstin von Zypern (Rosamunda, Princesa de Chipre), una obra teatral de Wilhelmine von Chézy - de acuerdo a una fuente, "terrible más allá de lo imaginable" y completamente olvidada, sino fuera por la música de Franz Schubert, que fue una de las últimas obras del compositor, La partitura estuvo desaparecida mucho tiempo, pero se encontró en 1861, en el mismo año que Marcelina Almeyda escribiera La pecadora.
Finalmente en 1875, Algernon Kingsford publicó Rosamunda, The Princess and other tales (La princesa Rosamunda y otros cuentos) donde se habla de una princesa de origen cortesano, una ramera imperial. Lo notable del caso es que las tres obras fueron escritas por mujeres. Finalmente Marcelina, en su cuento conversa con Magdalena, biblicamente ramera, y gnosticamente amante de Jesús.